El perfecto tramo final (los cuatro últimos capítulos) redime a una desafortunada segunda temporada de una Lena Dunham que, salvo contadas excepciones (el episodio de desenfreno fiestero, la conversación en la bañera, la declaración de amor vía webcam), peca de arriesgada al probar bastantes y farragosas novedades alejándola de la diversión surrealista y cariturizada que la llevó a los altares en 2012.
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