
La película española más sobrevalorada del año desprende un tufo a cine familiar ñoña americano (el que quizás sea el que más buenas críticas le ha aportado, por obra y gracia de ese deporte nacional de negar lo propio) que ni por sí mismo, y ni mucho menos mezclado con las supuestas bromas "españolas", logra cuajar. Cuando lo más interesante en más de hora y media -aparte de su banda sonora sacada de una película de Wes Anderson-, es un Raúl Arévalo sin nombre e invisible es porque algo falla, y bastante.
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"La primera vez que mis padres salieron en una cita fueron a ver 'Siete novias para siete hermanos'"
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