A pesar de una segunda temporada cuyo tramo final parecía indicar la dirección hacia una nueva línea argumental (el trastorno mental de su protagonista), Lena Dunham se sale por la tangente (otra vez) y vuelve a centrarse en el punto vertebrador de la serie: la reflexión sobre la madurez y la juventud actual. En esta ocasión, el análisis viene de la mano de los convencionalismos en la vida adulta (trabajo y pareja estable, convivencia familiar y mantenimiento de las amistades tradicionales); análisis magistralmente llevado a cabo a través de su (ya mítica) narración honesta, afilada y conscientemente intrascendental, que junto a unas tramas más oscuras, consigue una fascinante temporada en la que el odio y el amor impregnan (a partes iguales) a todos y cada uno de sus personajes.
9 de 10
"¿Qué te ha pasado? estabas tan acostumbrada a criticar el éxito de los demás..."
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