
Es el desgaste mental de Catherine Deneuve, su paulatina locura, y no su
objetiva (y odiosa) belleza lo que mantiene al espectador pegado a la
pantalla, hipnotizado por su mirada perdida, aplaudiendo en los largos
silencios, palpitando con el sonido del reloj, enamorado, en definitiva,
de la rubia loca. Y cuando termina, solamente persiste la sensación de
que si te dejaran solo en casa harías lo mismo que ella. Demasiado
maravillosa.
"¿Diga?"
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