Un perro, una escritora de alta cuna y una Virginia Woolf, comedida en su característico monólogo interior, pero directa y sangrante en sus maneras, para una narración irónica (enmascarada en obra irrelevante de carácter secundario) repleta de malísimas (y divertidas) intenciones. 
5 de 5 
"Los historiadores nos aseguran que el verano de 1842 no difirió en gran cosa de los demás veranos." 
No hay comentarios:
Publicar un comentario